Bruno Marcos

21 de Julio Me creía yo el único que se sentía dueño del jardín público pero ayer vi entrar a un hombre distinguido, caminaba erguido, con el cráneo rapado igual que la barba. Llevaba lentamente con las manos una bicicleta, como si no le apeteciese pedalear sino caminar, ir más despacio por la sombra. Se paró en la fuente e hizo algo muy extraño. Cogió agua en el hueco de sus manos y la arrojó sobre el asiento de la bicicleta para luego frotarlo minuciosamente. De vez en cuando lanzaba una relajada mirada hacia mí como expresando que le era indiferente mi asombro a la vez que lo entendía. Después se fue hacia el sol y desapareció entre la maleza. Incluso pensé en que debería comprarme una bicicleta si no fuera porque al poco alguien me dijo que ese hombre era el que pedía en la puerta de la iglesia y que la bicicleta es de las que presta el ayuntamiento.

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