Bruno Marcos

2 de Agosto Le perseguí cuanto pude por El Corte Inglés. Cuando pensaba que le iba a perder era él el que aparecía de nuevo en mi campo visual. La cabeza rapada, retraída hasta la mismísima calavera, los ojos hundidos en ella y sobre la boca, abierta como un pulmón de ballena, un bigote blanco. Impecablemente vestido dos zapatitos blancos le hacía levitar sobre el suelo. ¿Cuánto años podría tener ese hombre? Tenía que tener más que mis padres pensé, noventa, cien...
De pronto lo empecé a ver como algo más que un hombre, al margen de su vida pasada que parecía ya no incumbirle, era un esqueleto andante, un muerto seguro, de hoy mismo o mañana o poco más... Y más que a un esqueleto me dio por contemplar en él ya un alma. Y era para mí un espectáculo impresionante.
Como alguien que es ya más de el otro lado que de este se me figuraba un muerto dándose u paseo por aquí, un hombre de la antigüedad, de lo muerto para siempre, comprando cuatro cosas, con su ABC debajo del brazo en el que otros como él hoy se estampaban en sus barrocas esquelas.

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