12 de Junio Otra vez en la ciudad de al lado. Al despedirme de los amigos que habitan en ella me recibe la calle con una bocanada nocturna de verano. Me encanta esa sensación de soledad en medio de la noche de una ciudad extraña; te acaricia la brisa, el viento caliente. Casi ya no hay nadie por las calles. Bajo la ventanilla del coche y avanzo como si este fuera la proa de un barco y surco las avenidas de la periferia sin que me agobie toda esa gente almacenada en bloques y más bloques de viviendas, miles y miles de personas iguales a mí abocadas a un anonimato existencial. Me doy cuenta de lo muy rata de ciudad que he sido siempre por más que ahora sueñe con una casa en el paraje ignoto. Jamás podré salir del asfalto, del hormigón, del polvo seco, del perfume de la gasolina quemada.
Sabe dios cuántos recuerdos soldados a esta sensación corporal, la noche dilatada de niño salvaje en aceras o en portales, en balcones o en terrazas... el poeta adolescente soñando un sueño de palabras... acaso el pintor, o el amante despidiéndose... volviendo solo como ahora a un lecho solitario... Ya tengo 37 años de recuerdos que apenas puedo gestionar.
Y esa sensación, que en invierno encuentras tan absurda, de estar en medio de un sitio por donde no deberías haber pasado nunca se vuelve, ahora, algo precioso, una de esas pocas oportunidades que hay para sentirse libre. Pudiera ser en realidad la albada del enamorado, esa separación que cantaran los antiguos trovadores donde todo es transformado por la mirada del amado.
Si acaso, ahora, el enamorado del mundo.
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