Bruno Marcos

8 de Mayo Nos interrumpen las clases para que, por obligación, asistamos a una conferencia sobre los sefardíes. Una mujer que ya pisa el umbral de la ancianidad, venida de Tel Aviv, vestida en una gama de grises y coronada por un largo mechón de canas, narra como emigraron los antepasados de su raza. Sólo se acompaña de un triste y desteñido mapa escolar de Europa donde apenas se ven el norte de África e Israel.
Le comento, en voz baja, a mi compañero que muy bien se están portando para lo que va siendo la cosa y él me responde que, casi todos, estarán desconectados. Medito en las tantísimas veces que he usado yo esa técnica, esa huida hacia un lugar mental inconcreto, y que, curiosamente, ahora casi no practico, que quizás en eso también he madurado, desde que me tocó ser estos años pasado, por ser el docente más joven, secretario de una comisión, viéndome obligado a atender a la rudeza de lo real para levantar acta. Por momentos me doy así cuenta de que la gente no es tan estúpida como creía, que todos somos seres humanos y, aunque no sean artistas o escritores, piensan o sienten. ¡Dios mío...! ¡Cómo estoy madurando al cruzar el friso de mi trigésimo sexto año de vida! El caso es que los alumnos aplauden cinco minutos antes de que la señora judía concluya no sé si por la ganas de irse o por mera confusión. No tiene el detalle de ser virulenta, demonizar a los reyes católicos, ni siquiera de impresionarnos sacando la llave de hierro de la casa de la que les desposeyeron a su anteriores nuestros anteriores.
Resulta que de aquí, de esta pequeña ciudad, era el mayor estudioso hispano de los sefardíes y, por algún rincón, apilado en cajas, está su legado, la más grande biblioteca de ese tema.

No hay comentarios: