Bruno Marcos

12 de Marzo Me paro ante el edificio de enfrente, una placa azul lo cataloga como de 1925 y la niña zen me encuentra de espaldas a su trayectoria. Es el primer día, después de todo el curso cruzándonos entre las luces del amanecer, que me ve ajeno a mi misión de desplazarme con prisa. Ella es muy pequeña y delgadita, lleva una mochila grande que la obliga a inclinarse hacia delante. Todos los días va con la misma cara imperturbable, nunca más triste o más alegre. Siempre igual. Lloviera, helara o hiciera calor surca el centro de la acera sin dirigirme ni una mirada. No creo que a la niña zen la importe esta excentricidad mía de detenerme a contemplar la arquitectura de los años veinte de esta diminuta ciudad donde vivo los días de diario. De hecho ella ha dejado de ser tan zen y, ahora, se hace acompañar de una amiga que le saca la cabeza y que ha debido desviar su trayectoria para coincidir con ella.

No hay comentarios: