27 de Septiembre Después de necesitar tanto el año pasado fotografías de las tumbas antropomórficas para un artículo, me entero ahora que este destierro está rodeado de ellas.
Ayer fuimos a una necrópolis de estas, de los siglos X y XI. Está en medio de unas viñas espléndidas y perfectas, cuajadas de racimos negros. Nos encaramamos en un promontorio de roca lisa y había al menos cuarenta túmulos de todos los tamaños, excavados en todas direcciones. Algunos eran de niños, aun así parecían extremadamente pequeños, apenas dos palmos. Otros estaban cubiertas hasta el nivel del suelo por tierra y brotaba en las siluetas un tosco césped.
Sin embargo no encontré lo que buscaba, aquellas tumbas como las de Galicia en las que la lluvia había creado charcos que espejeaban el cielo, las nubes de tránsito por lo que es un alma muerta, esas con las que sentí lo que tan bien mostraba aquel poema del que hablé en el artículo.
Aquí nada resultaba trágico, en medio de estas tierras brotadas de vida, de una vida cíclica y de un vino eterno justo antes de la vendimia.
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