Bruno Marcos

17 de Abril El cabello de mi madre rozó la nuca del anciano que estaba al otro lado del banco mientras jugaba con el bebé. El señor le tiró del pelo en lo que habría de ser un requiebro, un cortejo senil. Ella no se dio cuenta, mi padre que estaba al lado tampoco.
El caso es que, de pronto, vislumbré a las personas que había dentro de ellos, más allá del padre o la madre, de los abuelos, y entendí porque podían resultar atractivos mi madre a mi padre y mi padre a mi madre, sin necesidad de imaginarlos jóvenes como si sólo la juventud fuera vida.

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