Bruno Marcos

18 de Marzo Desde el amanecer en la punta de Cádiz pasa por casa con la intención de dormir en el Cantábrico. Aquí, sentados en el salón de mi casa, con nuestras voces sobre el fondo musical de un jazz inconcreto, la tristeza me va invadiendo. No sé por qué. Quizá sea saber que, por más que nos crucemos, que sepamos uno del otro, jamás volveremos a estar juntos, que nuestras vidas se irán apagando en confines alejados del planeta.
Él, después de su año australiano que le devuelve a la rutina como el de antes pero ahora colmatado de deudas, lanza su nuevo sueño sin la respuesta esperada: Un año africano.
A pesar de todo, instantes antes de despedirle, me doy cuenta de algo, de algo profundo que me deja un tanto desarmado: Aunque intente ser un hombre normal, vestir, hablar, trabajar o amar como un hombre normal yo les pertenezco a ellos, a ese grupo que sostiene una insignificante rebeldía frente a la existencia, no a los rebeldes sino a los raros.

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