Bruno Marcos
25 de Junio Casi me siento como de vacaciones en mi ciudad, como un turista. La recorro antes de que se me vuelva otra vez insoportable. Entro en la librería y no sé por qué, recalo en el escueto estante de poesía. Me digo a mí mismo que apenas me interesa y veo repetidamente libros de Leopoldo María Panero. En unos se presenta con plaquettes redactadas a cuatro manos con poetas desconocidos, nombres cualesquiera seguidos de dos apellidos cualesquiera. En la portada de otro aparece haciendo alarde de fealdad, exagerando adrede su monstruosidad por otro lado ya cotidiana, y sujetando con ambas manos una calavera a la altura de los genitales. Abandono el establecimiento no pensando ya en lo muy perjudicado que anda el vate sino en la persona que repetidamente pide sus libros en mi pobre ciudad, en lo desorientado y triste que debe vagar ese alma en pena.
El caso es que llegando al casco antiguo empiezo a sentirme mejor, reconozco que seguramente lo único que hemos hecho todos estos años es deambular por el Barrio Húmedo, tomar vinos, que eso nos ha hecho felices todo el tiempo e intento justificarlo con que este fuera el ágora nuestra, que, sin quedar, al fin la gente se encontraba allí en el estado de ánimo propicio para relacionarse.
Loss que ya no parece tan Loss me habla de su vida, que busca un trabajo estable y tiene casa y novia y, para zaherirle, busco mentalmente un personaje para comparale añadiendo que de seguir así, va a acabar como él. Termino la frase con que al final se va a parecer a mí, a un burgués. Contrarresta con que sigue tocando y que el otro día en Madrid fue a verle un crítico de arte al que admirábamos y me cuenta que ese se ha divorciado y ahora cruza el suelo de la urbe con una moto. Me desilusiona pensar que tal vez aquello que admiramos fuera sólo un tipo con ganas de ser admirado.
Me pregunta no sé qué de los Leteos y me explica que desean traer para premiarlo a Paul Auster y me escandalizo, tal propulsión premiativa me desborda... ¿qué será lo próximo... Gabriel García Márquez... o el mismísimo Dios?
24 de Junio Lo oigo. Enfrente de mi casa un hombre se juega la vida frente a un toro. Una arborescencia de muchachos adolescentes vestidos de negro y con pancartas le increpan con todo tipo de insultos: asesino, fascista, incluso, en un momento dado, le llaman terrorista...
Mucho más alto truena la masa al unísono, llevada al extremo del paroxismo por los seguros gestos del toreador ante la muerte.
Sólo cuando uno ve de cerca a un toro se da cuenta de lo que supone esa fiesta, cómo sale el toro a matar cualquier cosa que se mueva con una imagen de belleza trágica, de negrura pintada en el aire, como si un demonio hermoso y cruel emergiera del infierno.
El hombre que entra ahí a ponerse delante de ese animal va a por todas, va a pasar de ser un hombre normal a ser directamente un héroe, de la pobreza a la riqueza, porque en unos minutos ha puesto todo en juego, absolutamente todo, lo único que tiene, la vida.
23 de Junio Ya en casa la multitud deambula por las fiestas de la urbe. Yo como si no me incumbieran percibo lo que debe ser la histeria colectiva. Todo es mental, debe serlo hasta la historia.
Nos cruzamos con el arte de calle, una especie de esperpentos sin gracia que se infiltran entre la muchedumbre. Un alto funcionario del consistorio disfrazado de moderno, teléfono en mano, persigue y hace de guardaespaldas a tres gallinas enormes que desfilan por la calle ancha. Una de ellas se asoma por la puerta de un establecimiento y mientras una niña le tira de la cola. El guardaespaldas, a la sazón músico pop incombustible, reprime al padre ladeando la cabeza como insinuando que las gallinas de trapo, enormes y estrafalarias, haciendo el tonto por la calle fueran algo intocable, respetable.
Poco más allá unos músicos fingen no saber tocar y lo hacen con instrumentos fabricados con cosas ordinarias. El caso es que tienen un público multitudinario, tanta gente que no se la merecen, tanta que humanamente deberían renunciar a dar tan poco a un aforo tan grande y entregado. Todo su humor se basa en parecer que son bobos.
22 de Junio Camino solo por esta ciudad en la que he vivido los días de diario durante estos meses y al pasar debajo de un edificio que estuvo en obras y desde el que vi caer enormes escombros me desvío, aunque sé que hace tiempo que terminaron esos destrozos. Algún temor en mí me obliga a temer que algo me caiga del cielo y, de pronto, a un metro de mí desciende una rama que se estrella en el asfalto. Me paro a mirar el insólito hecho, desde la mitad de un cielo insondable, cae una rama. Al menos mide sesenta centímetros. Podría haberme golpeado con fuerza por poco. Enseguida pienso en las cigüeñas. Elevo la mirada y allí está, después de su torpeza que podría haberme sacado un ojo, sigue volando majestuosa casi a ras de tierra, lenta y estrafalaria. Enfrente está el colegio neogótico, ese edificio fantasmal entre los bloque nuevos. Se dirige hasta allí donde tiene su nido y empieza a claquetear su pico que suena a madera.
21 de Junio Me asomé a la ventana del patio y vi las cumbres de dos edificios decadentes. Sus tejados podridos, con tejas al borde del suicidio, creaban un ángulo obtuso que enmarcaba un trozo de cielo turquesa aborrascado en cuyo centro había un raspado que dejaba ver un poniente dorado. Impulsivamente me fui a por la cámara y le saqué dos fotografías. Luego me quedé meditando sobre las diferencias existentes entre las imágenes y las palabras, en por qué he querido retratarlo y no escribirlo y, por un momento, me dije que eran lo mismo, al fin y al cabo, eran el similar impulso por registrar ese cielo más allá de mi mente. Pero al sentarme en el sofá ponderé las grandísimas diferencias de los materiales, de las palabras a los colores...
Jamás me había parado a pensar lo que da sentido al título de la novela El cielo protector: Que el cielo aparece azul y es hermoso pero que detrás de él está el abismo negro e insondable.
En eso descubrí el volar de una mosca negra por medio del aire del salón. Instintivamente le solté un manotazo y la sentí chocar contra mi dedo meñique. Al instante me di cuenta de que era el único ser vivo, aparte de mí, en esta casa y sentí un vértigo y un vínculo enorme con la mosca. Estuve a punto de sentir una lástima tremenda por mí mismo. Entonces miré a la otra ventana y, al fondo de la calle, vi el cielo azul y pensé que él me protege.
18 de Junio Es una cosa que han puesto encima de la muralla. Sobre un arco antiguo en un pedestal vacío. Una especie de prisma negro que expele una ventosidad plateada. Es de un escultor ya viejo que dicen alternaba con Felipe González en la Bodeguiya. ¿Cómo serían aquellas veladas con aquel gobierno que el magnífico Gimferrer, cuando lo vio caído, denominó en su largo poema Mascarada como gobierno de ropavejeros, quincallería sevillí...
El efecto es espantoso pues rompe todo el entorno histórico. Casi todo el mundo está en contra de esas mamarrachadas menos el autor, claro está, al que todo le parece mal en el mundo del arte menos lo suyo. No obstante ya se le ingresó un suculento pago a cuenta de las ventosidades y otras piezas que llaman las moscas.
A pocos metros está la tumba simbólica de Genarín, el santo borrachín, a ver si por lo menos su espíritu se aparece y se les orina encima a las ventosidades y a las moscas.
17 de Junio A medida que el diario naufraga va mi hermano ensalzándolo. Cuando apenas nadie por este otero aparecía vuelve él cada poco a elogiarlo, a identificarse con mis sentimientos y descripciones, a emparejarse a mí. Me envía algún mensaje en el que desarrolla lo que yo aquí esbozo y lo amplia y lo ratifica y lo adorna. Y yo, que como el diario vago declinante, ciervo vulnerado, vuelvo a leer lo escrito para entender mejor lo que él ha escrito de lo escrito, y casi no tengo fuerzas para seguirle.
16 de Junio Hará poco más de una semana de que me di cuenta :Adriá no es que no sea un artista y no deba haber comparecido en Kassel sino que lo que no es es un cocinero.
Me llegó esta iluminación cuando estaba yo adornando unos postres para una comida que dábamos en casa. Vi claramente que estaba pintando sobre los platos.
De todas formas la actuación de Adriá como artista ha sido un fiasco. Nada de lo que el comisario sobreexcitado debía haber soñado: Una máquina gigante produciendo algodón de azúcar con flores todo ello aplanado; o unas croquetas de humo que los visitantes disputasen... Una idiotez espectacular.
Va y dice que su obra en Kassel consiste en que dos visitantes de la muestra se vayan al restaurante de aquí de España. Tanto el extraño comisario como el falso cocinero y auténtico artista debieron retirarse a tiempo.
15 de Junio Casualmente enciendo el televisor y ponen El club de los poetas muertos. Ayer me advertían del peligro de transformarme en mi profesor, el que me guió hacia las palabras...
Siempre pensé que tuve suerte de haberle encontrado pero según van cayendo los años y me hundo en este pozo sin luz de la enseñanza empiezo a pensar que tal vez, y aunque sea una inmodestia, fuera él el que tuvo la suerte de que yo fuera su pupilo.
Ahora, que casi ya no me hacen gracia los alumnos malos y espontáneos, reconozco que jamás me he topado algún alumno como esos del club de los poetas muertos, sensibles, receptivos, soñadores...
14 de Junio Se vuelve a desmantelar el curso. Otro que cae como una hoja cuya caducidad -cosa rara- se produce con el verano.
Olisqueando entre los apuntes de uno al que debo evaluar encuentro unos poemas. ¿Por qué me sorprende que este joven perpetre poesías? ¿Por qué me detengo a leerlas, a desentrañarlas con mucha más pasión que la que pongo en mi trabajo? ¿Por qué me engaño con que me gusta este trabajo? ¿Acaso lo detesto tanto como sospecho?
13 de Junio He de dejar de mirarme en los escaparates. Dificilmente la imagen que me devuelven ya me gusta. Aparece en ellos un señor. No es un muchacho ya. Con una seriedad de piedra desplomada lo que viene a ser mi rostro me escruta como escondiéndose de que me está mirando pero, a la vez, clavando profunda e inquisitivamente en mí su fúnebre mirada. Debe ser el esqueleto.
Sin embargo cuando tengo al bebé entre los brazos me encuentro sumamente guapo. Acaso su belleza espejee en mi cara o, tal vez, reverdezca yo por dentro y eso se vea.
12 de Junio Otra vez en la ciudad de al lado. Al despedirme de los amigos que habitan en ella me recibe la calle con una bocanada nocturna de verano. Me encanta esa sensación de soledad en medio de la noche de una ciudad extraña; te acaricia la brisa, el viento caliente. Casi ya no hay nadie por las calles. Bajo la ventanilla del coche y avanzo como si este fuera la proa de un barco y surco las avenidas de la periferia sin que me agobie toda esa gente almacenada en bloques y más bloques de viviendas, miles y miles de personas iguales a mí abocadas a un anonimato existencial. Me doy cuenta de lo muy rata de ciudad que he sido siempre por más que ahora sueñe con una casa en el paraje ignoto. Jamás podré salir del asfalto, del hormigón, del polvo seco, del perfume de la gasolina quemada.
Sabe dios cuántos recuerdos soldados a esta sensación corporal, la noche dilatada de niño salvaje en aceras o en portales, en balcones o en terrazas... el poeta adolescente soñando un sueño de palabras... acaso el pintor, o el amante despidiéndose... volviendo solo como ahora a un lecho solitario... Ya tengo 37 años de recuerdos que apenas puedo gestionar.
Y esa sensación, que en invierno encuentras tan absurda, de estar en medio de un sitio por donde no deberías haber pasado nunca se vuelve, ahora, algo precioso, una de esas pocas oportunidades que hay para sentirse libre. Pudiera ser en realidad la albada del enamorado, esa separación que cantaran los antiguos trovadores donde todo es transformado por la mirada del amado.
Si acaso, ahora, el enamorado del mundo.
11 de Junio Ella formaba parte de esa colección de personajes pertenecientes a la generación anterior a la nuestra que dibujaban por la bohemia local un cuadro de almas en pena. Yo no entendía muy bien por qué debían subirse de rondón al carro de todas nuestras iniciativas, qué aportaban realmente, si lo que transmitían era la sensación de que su fracaso vital estaba cohesionado al artístico, de que no había salida a ese impulso que vivíamos.
Nunca me criticó directamente. Muy al contrario se encargó de dar cierto eco en la prensa a las cosas que yo hacía. Sin embargo el sputnik, contra mi voluntad, me retransmitía sus maledicencias. En una ocasión, al terminar un libro para el que había recibido una beca, le pregunté ingenuamente si me podía recomendar alguna editorial, a lo cual me contestó con que me dirigiera a la que, por entonces, era la más importante de España. Yo le repliqué que era absurdo pretenderla, que era como pedir el Nobel de entrada. Pues cuando salió el libro finalmente se encargó de decir donde la escucharon que yo estaba inseguro respecto a ese libro.
Ahora firma ella uno encargado por la concejalía cesante sobre las esculturas de la ciudad. Esculturas o cosas gazmoñas hechas en piedra, hierro, hormigón, aluminio... Un repertorio producto de la improvisación de concejales sucesivos que en el mejor de los casos andaban desorientados y, en el peor, eran directamente analfabetos. Me pregunto que la habrá llevado a dar coartada literaria a esa colección de floreros horrorosos.
Mientras tres o cuatro nos hemos partido la cara por merodear un concepto mínimamente decente de lo que debiera ser el espacio público van otros y hacen esto. Supongo que el hambre espiritual y física hace tocar el fondo de los reptiles.
10 de Junio No hay dos amaneceres iguales. Hoy sale la niebla como si no se diera cuenta de que ya es casi verano. Está caída por el suelo. Almacenada en cada hondonada como un lago de leche. Un hilo largo de ella cruza la carretera y trepa por la colina. Parece que se hubiera desplomado el cielo y quedasen sus trozos por ahí repartidos, huérfanos.
Al final llego a este gran río y es todo el un gusano inmenso y descomunal hecho de nube. Lo atravieso sin la seguridad de que todo lo otro sea real y haya existido.
9 de Junio Jonás fue el que metió en el piso a aquel espécimen. Agobiado por lo abultado de la renta le admitió sin consultarme. Quizá fuese lo más cerca que hemos estado del otro lado. El pobre muchacho no era estudiante, ni era realmente nada más que un crío de 17 años al que había abandonado su madre aunque, de vez en cuando, le enviaba algún dinero.
Tenía una larga melena áspera con la mayoría de los mechones negros pero también con otros castaños e incluso blancos pese a su juventud. No hacía nada, ni trabajaba, ni estudiaba, por no hacer dejó hasta de comer.
Un día, en su ausencia, husmeamos entre el revoltijo de una caja enorme de cartón que se había traído y hallamos un sentencia judicial que les condenaba a él y a otro por conducir ebrios un coche sin carné con resultado de estampamiento. Apareció también una foto de su madre en una discoteca, sonreía abiertamente mientras bajo la minifalda dejaba ver, en un pequeño triángulo blanco, sus bragas.
Al poco empezó a aparecer su hermana para dormir en el sofá. Se movía sigilosamente y casi no se la sentía por la casa que abandonaba al despuntar el día como un fantasma ojeroso y noctívago
Cuando al muchacho le llegaba su raquítico dinero se preparaba un festín a base de paella precocinada y costillas de cerdo fritas. Y al día siguiente ya volvía al ayuno únicamente roto por el esporádico hurto de alguno de nuestros alimentos. Siempre me extrañó pues que con el hambre que pasaba se dejara en una ocasión durante horas unos huevos en la sartén. Se fue de casa con el fuego encendido y de fritos debieron pasar a ser partículas aéreas pues todo el cielo de la cocina quedó ennegrecido e impregnado de huevo frito calcinado. No le debió preocupar mucho porque probablemente ni lo huevos, ni el aceite ni, con toda seguridad, la sal eran suyos. Sin embargo a mí me fastidió ese nublado en la cocina que duró hasta que nos fuimos de aquel piso.
Una noche se la pasó solo en el sofá sufriendo insomnio y disparando con su pistola de juguete a todas las figuras que aparecía en la tele. En otra ocasión, a altas horas, oí, a través de la ventana, en la desierta calle, un sonido intermitente. Al asomarme pude contemplar su rucia melena corriendo de un lado a otro de la calle mientras sacudía con vehemencia infernal una raqueta vieja sobre una pequeña pelota de goma usando las fachadas de los edificios como frontón.
Al final ni comía, ni salía, ni se aseaba. Cada vez que su puerta se abría un tafo insoportable recorría el aire.
Un día se fue. En sus diecisiete años podridos debiósele aparecer algún razonamiento un poco recto y comprendió que debía ir con su madre al agujero donde quiera que se hubiera metido. Todo él era un adefesio cuando se iba. Me tocó a mí despedirlo en soledad cuando salía. Creo que dejó su gran tele como prenda de sus deudas. Hacía meses que los pocos amigos que tenía ya no comparecían. Le deseé buena suerte a sabiendas de que no la tendría jamás.
Un mes después vino su hermana con un calvo de cabeza grande, cojo y viejo, con pujos de proxeneta endeble y que debía ser su novio a por la tele. Creo que fue la primera vez que oía su voz. Dijo que nos iba a pagar lo que su hermano nos debía porque él era un canalla y nosotros nos habíamos portado muy bien pero que en ese momento se llevaba el aparato.
Por un momento se lo debió creer incluso ella, se debió sentir como una buena persona. La verdad es que hubiéramos pagado porque se fueran.
7 de Junio Soñé con Jonás. No tengo forma de desprenderme de las pesadillas estúpidas. Las aterradoras son pocas pero hay otras cargantes, insistentes, pesadas, que desentierran cada poco cosas del pasado. No es que me moleste ver a Jonás aunque sea en sueños, pero es que tienen tanta fuerza mis sueños que suelen influir en mi estado consciente.
La verdad es que he pensado muchas veces en localizarle, o simplemente que, al estar aquí en el destierro al lado de su casa, me lo encuentre por la calle. Tenía un aspecto tan peculiar que le distinguiría aunque pasasen treinta años. Puede ser que haga quince que no le veo, doce o trece que no tengo noticias suyas. Un día, después de mucho tiempo, recibí una carta suya con la amenaza de que si no iba a verle en esa ocasión ya no nos encontraríamos jamás.
No sé por qué le daría aquel aire pero el caso es que, por pereza, ni le contesté aunque un par de veces empecé a escribir la respuesta. El caso es que ya entonces esa entrevista sería un recuento, un resumen de mi vida y de la suya desde que no nos tratábamos y yo no quería resúmenes.
Ahora también me ha echado atrás el hecho de que tendría que prepararle un resumen de mi vida.
Recuerdo que la primera vez que le vi estaba silencioso y sonriente aureolado por su pelo rubio, como enclaustrado en sí mismo detrás de sus ojos diminutos. Se pasó el primer año de carrera viviendo en una rulot al otro lado del Tormes. Mucho se rió Nacho de ese detalle cuando le conoció para acabar, años después, él también, por temporadas, asilado en una caravana de su hermano.
¿Qué será de él? ¿Tendrá hijos, canas? ¿Pondrá, como yo ahora, su nombre y apellidos completos en internet a ver qué sale?
6 de Junio ¡Qué impresionante! Poder leer las cartas manuscritas del pobre Buscarini. Apenas tenía 20 años en ellas. Ya con dieciséis se quejaba de haber fracasado, de que el mundo no reconocía al poeta, como se nombraba a sí mismo. Las cuatro o cinco que he leído hoy están maravillosamente escritas. Todos le describieron como poco menos que una piltrafa humana. Hay una de esas epístolas que es indescifrable y que contrasta con las otras de caligrafía clara y redacción cabal. El exégeta apostilla que debió redactarse en un momento de tremenda alteración psicológica.
5 de Junio Hace ya más de una semana del recital de los leteos en el que intervine para presentar el último número de su revista. Aunque no pudo quedarse me acompañó hasta la puerta el crítico. Al presentárselo al que debía ser el líder letéico este comentó que le sonaba su cara, que le sonaba mucho, pero no sabía de qué. Y esto nos lo decía en una conversación que mantenía pedaleando desde su bicicleta muy despacio para adaptarse a nuestro paso. Como no daba con su cara entre su caroteca resultó, en un apunte cómico bohemio, con que debía sonarle la cara de el crítico de algún lugar inconfesable apostillando yo que si, en el lugar inconfesable, había humo la cara de el crítico no podía haber estado entre ese humo desatándose caracajadas generales.
Poco después pregunté que qué cosa era en concreto ser un leteo sin que nadie pudiera responderme enteramente. Añadí que en el par de ocasiones en que se me había presentado a alguien como un leteo, al día siguiente, alguien me desengañó anunciando que ese ya no era un leteo.
Dicen que es que hay ya varias generaciones de ellos, que caducan, que se superponen... Y pienso que al salir yo, luego, en la prensa junto a los leteos leyendo este diario, que algún otro interesadísimo como yo en saber qué cosa son los leteos concluya. “Bruno es un leteo”. Y sea yo parte del significado de lo que fuere el ser leteo.
Pero no, para ser un leteo hay que tener un no sé qué... un qué sé yo... que yo no tengo.
4 de Junio Vuelvo a viajar al amanecer. Quedan tres semanas para despedirme de este exilio, al menos por este curso. Se me ha pasado volando pero un sentimiento de rencor bulle en mi fondo, como si hubiera estado en la cárcel un tiempo injustamente, siendo inocente.
Recuerdo que sólo una persona me anunció que en el destierro podría encontrar algo bueno. Fue el poeta. Tenía razón. Debía haber más gente que diera consejos. Toda experiencia construye, hasta la deportación, hasta la destrucción de lo que hemos construido.
Ahora recorro el paisaje no como hace meses recreándolo mentalmente con palabras sino meditando en lo pictórico que es. Pienso en cómo se pintaría cada cosa: Una aguada gris para esa neblina del horizonte. Una veladura para el fondo del cielo. Un empaste blanco para las nubes.
De pronto sale el sol redondo y naranja rebotando como una pelota sobre el horizonte recortado. Como yo me muevo con el automóvil él parece jugar a perseguirme. Se posa justo en el centro de la carretera, en su punto de fuga, y yo quedo embobado mirándolo, hipnotizado. Como es muy temprano puedo clavar mis ojos en él sin cegarme. Es un privilegio, una de las cosas buenas del exilio que me auguró el poeta, algo que me estaba vedado: Poder mirar a la cara a un dios.
2 de Junio Ya no me acodaba de lo horribles que son las resacas. Días atrás, haciendo una defensa de las buenas costumbres, le expuse a Gustavo mi última teoría: Que yo, al ser por mi natural noctívago y al ser el hijo pequeño, viví siempre la nocturnidad como el espacio más estimulante... Que mis padres no fueran tan rigurosos con que me acostase pronto y que mis hermanos mayores crearan un ambiente atractivo hasta altas horas, hizo que yo anduviese muerto de sueño casi toda mi vida y que, por eso, he visto yo el mundo más gris de lo que realmente era.
Él se quedó un tanto mudo y añadió: "Claro tú porque ibas con sueño y yo con resaca".
1 de Junio Es mi cumpleaños. Con esto de vivir la vida medida por cursos me parece que los años me caen encima de dos en dos. Es decir, el curso pasado por estas fechas tenía yo 35 años y en este -por las mismas fechas- paso a tener 37... Me están timando... ¡Qué temeridad la de los números... querer acotarnos a las personas... !
Salimos por la noche para celebrarlo como cuando no éramos tres y Antoine Doinel me espeta que a quién saldrá el nene, que sí, que ella es guapa pero yo... Rechisto y le recuerdo que yo siempre le gusté a él... Lo reconoce, dice no sé qué de mi perfil griego y que claro yo he enfeecido algo... como si él estuviese mejor que antes. Nos cuenta una historia lacrimógena que es la suya, gafotinas desde los dos años. Su padre lo detectó porque se daba con los marcos de las puertas. Al llevarlo al oculista se quería quedar entre llantos y pataletas con las gafas clínicas de prueba.
Yo en venganza me cebo con lo de sus lupas, con su cegatez que trasmitirá a su hijo que va a nacer este mes y contesta con que ya lo tiene superado pero insulta en todas direcciones para contrarrestar. Se queda un momento meditando y me susurra: "Claro que no tiene el niño que parecerse a ti como eres ahora sino a como cuando eras guapo".
31 de Mayo Creo que es el poema de amor más hermoso que conozco sin embargo leí, no sé si a Menéndez Pidal, que Bernal de Bonaval después de elevar la voz del amor sublime hasta sus más altas cimas se dejaba ver paseando por la corte del brazo de una prostituta. Y digo yo que si acaso las prostitutas no sean también personas y además mujeres y acaso no se pudiera alguien enamorar de ellas...
A dona que eu am’e tenho por senhor
amostráde-mi-a
Deus, se vos en prazer for,se non, dáde-mi a morte.
A que tenh’eu por lume destes olhos meus
e por que choran sempr’, amostráde-mi-a, Deus,
se non, dáde-mi a morte.
Essa que vós fezestes melhor parecer
de quantas sei, ai Deus!, fazéde-mi-a veer,
se non, dáde-mi a morte.
Ai Deus, que mi-a fezestes mais ca min amar,
mostráde-mi-a u
possa con ela falar,se non, dáde-mi a morte.
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