4 de Mayo Si me hubieran dicho que aquel hombre era un actor interpretando a un conferenciante lo habría creído a pies juntillas. Jamás había escuchado una conferencia susurrada, acaramelada, carantoñeada. Aquel orador poseía un abanico tal de cucamonas que su actuación superaba con creces lo que nos merecíamos aquellos quince despistados en esta primavera del destierro.
El muy insensato se internó por lo más sagrado y si no fuera porque, al final, su tesis iba a coincidir de pleno con la que yo esbocé en La fiesta del fin del mundo le habría tenido por majadero. Repitió hasta la saciedad que vivíamos como si no supiéramos que íbamos a morir, como adolescentes eternos, y citó a Jung para aclarar que todos los graves problemas vienen de un mal planteamiento y una pésima gestión del asunto de la muerte.
Ya, pero ¿cómo se puede plantear bien, gestionar óptimamente, semejante asunto?
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