11 de Mayo En una plaza geométrica levanta su escueta escenografía un titiritero checo. Solamente ocurren gritos inconexos y los muñecos duermen todo el rato colgados de una percha a ambos lados de un engendro oxidado que asemeja la síntesis de un castillo.
Casi al irnos desesperados por el caos encuentro al titiritero igual que el de r. pero en rubio. A pocos pasos, mucho más interesante, está su camioneta toda ella pintada como al óleo. Por un lado y por el otro plasma sendas escenas nocturnas con un teatrito al que distintos personajes acuden con las sillas traídas de sus casas. Entre todo hay algunos personajes fantásticos que bien aparecen desnudos o con alas o con ambas cosas. Lo más curioso es que el artista anónimo ha conseguido unir sin transición perceptible el interior de un teatro, la ciudad y la naturaleza.
Nos alejamos de la furgoneta hacia el río y recorriendo el paseo a un pie del agua llegamos al linde de la canalización y, de pronto, allí se muestra un cauce boscoso, con enormes árboles que se arquean sobre el agua hasta casi crear una sombra absoluta. Al fondo, donde casi no llega la vista, algunas figuras se están subiendo en una barca y aquí, en un recodo central, iluminado por el declinante sol de la tarde un grupo de patos se solaza. Blancos o multicolores, grandes y pequeños, al menos un quince patos nadan. El sol penetra en ese agua de poca profundidad y deja ver el fondo rocoso. Me embobo en este apunte de naturaleza, yo que no sé ni el nombre de tres pájaros, ni de cuatro árboles, y pienso que cuando ellos están aquí conmigo, en este destierro, estoy mejor que en casa, anónimo, sin amigos, sin familia, sin pasado, nuevo.
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