31 de Enero En su última afectación Blisset me pide reiteradamente que, cuando aparezca el libro del diario del año pasado, elimine su aparición. Cuando lo dice esboza un gesto que hace envidiar su acceso al nirvana, eleva la mirada hacia un rincón ignoto del recinto que nos alberga y deja fluir unos segundos de silencio. Parece que renunciase con ello al pan, a la carne o que entrase en un mutismo trapense. Mi incorregible egolatría me hace pensar que sublima el rechazo al alimento de su ego como una forma heterodoxa de narcisismo.
Mao, que asiste a una de estas peticiones, se queja y añade que, si se consienten tales solicitudes, él demanda que le escriba otro capítulo distinto al que le dediqué, que en aquel, quedaba como un trapo.
30 de Enero Dicen que el bebé tiene todo de ella pero que la expresión es mía y yo pienso: “...pero, ¿qué expresión tengo yo?”. Es como decir que posee la encarnación de ella y mi alma, pero, ¿mi alma... tan temerosa, tan imperfecta... mi expresión, la cara de tonto que se me pone cuando siento el mundo tan extraño? ¿Acaso en mí también fue eso innato? Yo que tanto creo ser resultado de lo que me ha pasado.
29 de Enero Inauguran el museo de la ciudad. Por lo menos hace una década que llevan restaurando el edificio, un edificio en el mismo corazón de la urbe que fue una imponente ferretería obra del ecléctico arquitecto Cárdenas, ora neogótico, ora neoclásico, ora neobarroco. Muchas de las cosas públicas acaban por recaer en alguna de los casas que hizo este señor. A mí su historicismo me hace evocar imaginarias sesiones de espiritismo, remembranzas de una ciudad de poetas que va del pasado al pasado. La verdad es que me gustan sus inmuebles, su predilección por las esquinas que transformaba en una especie de mascarones de proa, como si las construcciones fueran barcos que entraban por las calles. Creo que era un Neo.
¿Qué habrán hecho los obreros todos estos años?¿Deshacer de noche cuanto laboraban de día?
Lo curioso es que el sitio donde estaba arrumbado todo el museo de mala manera también era un edificio de nuestro arquitecto. Allí nos lo enseñó su director. Apilados por doquier yacían los restos de todas las épocas, cajas y más cajas de enseres, de objetos de personas que ocuparon este sitio, este lugar, antes que nosotros. Todo tipo de piedras labradas y lápidas y más lápidas, objetos cotidianos y objetos metafísicos. Aquella comitiva de artistas vanguardistas caminábamos aplastados por cachivaches milenarios.
¡Cuánto soñé yo en mi adolescencia con el pasado en cada cosa vieja que miraba, en cada piedra tocada por el hombre! En una suerte de animismo historicista invocaba una abstracción de la existencia.
Yo ideé una instalación con el suelo cubierto de una tierra de la cual emergían algunas de esas piedras y, sobre ellas, un arbolito pequeño, el bonsái de un olivo que una cámara de vigilancia grababa para emitirlo sobre otro montón de piedras en un monitor, aislada la imagen del olivo, sin los restos.
En estos museos entiendes la palabras de los futuristas que los despreciaban como a cementerios. Pero lo cierto es que los cementerios siempre me han gustado. Acaso sea ese museo nuestro cementerio; allí, tal vez, irá alguno de nuestros utensilios después de mil años. ¿Entenderá la ciudad entera que se trata de eso?¿Acaso lo despreciará por ello?
La empresa que montaba la exposición tuvo la gran idea de adquirir tierra preparada con abono con lo cual la peste de mi obra recorría toda la sala de exposiciones temporales, bajaba por la escalera, daba una vuelta en el rellano y salía a la calle. Como aún así era demasiado abrieron una ventana detrás de una mampara, dándose la casualidad que daba a la misma ventana de la peculiar casa en la que reside el oráculo, casi en la mismísima fachada de la catedral.
En su momento no lo interpreté así pero ahora veo lo que significaba. Aquella instalación era el vehículo para que toda el tufo del tiempo corrompido en el museo, de los miles de años apilados e inventariados, saliese a través de ella hasta disolverse en el aire del mundo nuevo; aunque sólo durase una tarde y, al día siguiente, cambiasen la tierra.
28 de Enero Intento educar a salto de mata a mi sobrino más díscolo. El crío tiene seis años y un historial de fugas, peleas y accidentes que supera con muchas creces lo razonable.
Cuando le pillo pasando cerca de mí, por un pasillo o así, le intento dar mensajes contundentes. Ayer le dije: “¡Cuántos regalos te han hecho y eso que no es tu cumpleaños! Ves cómo compensa ser bueno.”
Mi hermano que estaba al lado con la oreja puesta empezó a inflarse con una risa hiposa: “Parece de una novela del Marqués de Sade... compensa ser bueno.” Así es imposible educarle.
27 de Enero A su candor natural une hoy que se me duerme entre los brazos mientras toma el biberón. Hace esfuerzos pequeños –como todo en él- por permanecer despierto. Se le cierran los ojitos y de entre toda su redondez anacarada relumbra el brochazo rojo de sus labios. Finalmente se duerme. A todo el mundo le enternece el sueño pero a la ternura en cuerpo y alma, al bebé, lo vuelve algo indescriptible. Va y me da por pensar que después de haber visto esto, su carita soñolienta, puedo morirme tranquilo, que su cara es el cielo de los hombres, que en él se ve el cielo de los hombres, después de toda la vida teniendo miedo a la muerte.
26 de Enero Como este año no doy clase a adolescentes sino a jóvenes las cosas son totalmente distintas. En uno o dos años pasan de la pura espontaneidad a la tristeza más íntima. No sé si serán estos muchachos que han escogido la enseñanza artística especialmente melancólicos, si también lo eran de adolescentes.
Hoy la nieve cruzaba la ventana y estábamos todos en silencio. Yo hundía la mirada en el aire borroso de este enero y ellos, a través de sus minúsculos auriculares, se iban a un planeta inmaterial donde cientos de canciones zumban en el mínimo espacio de sus mp3.
En un momento dado una de ellas, que parece un personaje expulsado de un cuento recargado y barroco, de un cómic con tintas saturadas de añil, negro y carmín, me dijo: “Bruno, mi madre no quiere comprarme el material para la próxima escultura... es porque está loca...”. Le di una solución estúpida y me callé, y mi cara debió dejar ver que me sentía como ella, que veía que era injusto que le pasase eso y que al contármelo me pasaba a mí también, que éramos todos un grupo de minusválidos. Creo que porque notó eso -y para sacarme del apuro- respondió: “...intentaré hacerla entrar en razón...”. Volví a ensimismarme en la lentitud de la nieve que se recreaba en volar un poco por el aire antes de posarse en el suelo y pienso que fue el color carmín de su pelo el que me recordó el poema de Machado, la mancha carmín en un mapa y la lenta monotonía de lluvia tras los cristales.
25 de Enero Circulé más de 100 kilómetros como un fantasma como habían profetizado mis temores. Las dos luces de atrás fundidas al unísono. Un buen samaritano, a velocidad de crucero, se colocó a mi altura, encendió su luz interior y gesticuló con una mano imitando el parpadeo de las lámparas. Por temor a que me llevasen por delante si paraba en la autovía seguí con la conciencia clara de que apenas, en medio del hilo negro de la noche, era visto. Paré en el extrarradio de un lugar que desconozco salpicado de bloques de viviendas habitadas en silencio. Comprendí que había tenido una premonición o, tal vez, aún esté soñando.
24 de Enero Sé que no debería pensarlo pero un ser atormentado y cavilante como yo no puede menos que hacer esos cálculos, todos los días que pierdo de ver despertarse al niño, de recibir en mi cara la aurora de su sonrisa inaugurando la tierra, el mar, el cielo y el universo. Y entonces la cuenta de la sombra crece, la cuenta del lado de la muerte, de los días tirados, desperdiciados, de los que me arrepentiré cuando esté al final sin saber a quien culpar más que a mí mismo. Y entonces el esqueleto crece y el payaso mengua.
23 de Enero Marejada en la redacción de los futuristas utópicos. No sé hasta qué punto el deseo de objetividad servirá de coartada a la fuga de tan mala leche que se produjo a última hora. De la intención de dejar al desnudo la demencial práctica museística puede que sólo trascienda lo demencial de la sintaxis mental de el piloto, su incapacidad intelectual. Pero esa forma de desvelar tal demencia tiene la coartada de lo demencial de los coloquios de todo el mundo, con lo cual quedará sólo al desnudo lo demencial de tan mala leche.
22 de Enero El que busca en los diarios o las memorias conocer a los personajes que aparecen en ellos se equivoca. La gran aportación de los diarios es la plasmación de la perspectiva del autor a través del registro e interpretación de lo que le pasa.
Rafael Cansinos Assens dice de Ramón Gómez de la Serna que es un humorista que está siempre de mal humor. A Pla, cuando conoce a Unamuno, le sorprende que no sienta frío. Estos apuntes no nos aportan nada esencial de Ramón o de Don Miguel, ni de la persona ni de la obra que, al fin, es lo que nos interesa.
El diarista es el novelista de la vida, cuenta cosas insignificantes que sumadas e incardinadas en una historia nos muestran la novela de la vida del autor. No en vano Rafael titula sus memorias La novela de un literato, con ese término tan menor, no es ni siquiera la novela de un escritor sino la de un literato, que es algo así como el que se desea escritor por lo que sueña que es ser escritor y no por lo que realmente quiere expresar. Además nos describe cómo tenían los personajes el pelo y la barba, la nariz y los labios, como si no hubiera fotografías a principios del siglo XX. ¿Cabe algo más novelesco que el retrato físico? Es exactamente lo mismo. Rafael nos cansa describiendo los labios sensuales de Villaespesa y uno va a la foto de Villaespesa y no ve de sensualismo nada. Se trata, en todo, no de cómo es todo sino de cómo lo ve él todo.
21 de Enero Para explicar los inicios de la fotografía proyecto el retrato de Baudelaire de Carjat. Explico que no sólo advertimos en esa fotografía cómo era su nariz, su boca, su cabello sino que vemos cómo era su personalidad. Hablo del retrato psicológico y les menciono los bufones de Velázquez. No han visto nunca esas pinturas. La imagen siguiente es la de Rimbaud en ese retrato que le hicieron tras leer el barco ebrio al final de una cena de bohemios, recién llegado a París. No sé por qué lo defino como un poeta maldito. Varios minutos después, cuando ya estamos en otra cosa, una chica me interrumpe y me pregunta que qué quería decir con eso de poetas malditos. Le respondo que eran poetas que hacían cosas que la sociedad del momento no aceptaba: experimentar con las drogas, la homosexualidad, poesía sin rima ni métrica, obscenidades, etc... Cuento que le pegó un tiro un amigo, Verlaine, que se fue a África a traficar dejando la poesía, y que, después, Verlaine publicó una selección de estos poetas titulada así, Los poetas malditos.
No comentan nada. Menos mal que dije que no eran aceptados en su época, porque para hoy en día todo eso les parecerá poca cosa para dárselas de maldito.
20 de Enero Tienen un hijo que es enano primordial. Les preocupa cuando deje de ser un niño y se enfrente a que el planeta es para gente de más de un metro. Los enanos primordiales son los humanos proporcionados más pequeños del mundo. Hay muy pocos. Son extremadamente delgados y tienen la voz aflautada. No suelen superar los 30 años. Como todo lo pequeño provocan una gran ternura aunque sean feos.
Quien le entrevista tiene la desfachatez de preguntarle con descaro cuánto cree que vivirá, el niño, de menos de 10 años, contesta que no sabe. El indeseable insiste hasta que el chiquillo, sin alterarse, responde que le gustaría vivir el mismo tiempo que los demás. El que pregunta no se da cuenta que, según como se nos mire, todos somos enanos primordiales.
19 de Enero Cada viernes vuelvo a mi ciudad y una alegría ambiental me va invadiendo hasta que llego. Pero en el momento en que la diviso a mis pies, desde ese pequeño puerto que le da entrada, la veo putrefacta.
Por unos minutos pienso en todas las cosas que conozco de ella, la suma de sufrimientos, la plenitud pasada, los fantasmas, la frustración, los muertos, los que no se ven, los reproches, los locos, los no amados, toda esa procesión de dolor afirmando que el hombre en mi ciudad también ha sido desgraciado.
Allá en el destierro no he conocido a nadie que se haya muerto. Huir es tal vez eso, ser nuevo en todo sitio.
18 de Enero Al entrar en la mazmorra me cruzo con un profesor que tiene los ojos azules y siempre me sostiene una sonrisa enigmática, supongo que la misma que sostiene a todos. Tal vez yo también le sonrío de una forma rara. Él no puede ni imaginar que en sus ojos azules yo busco los ojos azules de Darío, el trozo de cielo que me ha venido con él.
Intercambiamos algún saludo, algunas palabras y nos damos la espalda, y, de pronto, me asalta una idea fantástica que acelera mi corazón: Pienso que fuera él Darío con 30 años más y que viniera del futuro a conocerme, a verme cómo fui y al punto me siento minúsculo a sus ojos y entonces entiendo la sonrisa y la persistente mirada; incluso su normal cortesía la interpreto como un deseo de conocerme, de hacerse mi amigo, y recuerdo que, muchas veces, he pensado eso mismo con mi padre, encontrarnos con la misma edad y comprobar qué hombres tan distintos seríamos. No me explico por qué pienso que deberíamos ser iguales.
17 de Enero Eremita, ermitaño, anacoreta, cenobita, antigregario, misántropo, asceta, solitario.
16 de Enero Me pongo la trenca, la que tengo desde hace 10 años, una de esas con capucha, forro de cuadros y broches de cuero con un cuernecillo de madera, y puedo pasar por el que fui. Sigue dándome ese aire de estudiante perpetuo, de rico un poco pobre o de pobre un poco rico. Esta soledad intermitente, esta lógica del eremita nómada puede volverme a lo que fui: El niño de los espejos que intentaba abatir el flequillo indómito. Parece que lo conseguí pues del flequillo apenas queda un esbozo.
15 de Enero Es ya un hecho real algo que llevo pensando años: En nuestro país los políticos más conocidos son los peores oradores. Basta escuchar un debate parlamentario como el de hoy y oír a varios políticos desconocidos hacer alarde de cultura y agilidad sintáctica.
14 de Enero La creatividad puede convertirse en una adicción. La sensación de orden que proporciona una obra, o una pequeña escritura, o, por ejemplo, un diario, es a lo que el autor queda adherido. Más allá del reconocimiento está otro resorte mental. No buscamos la gloria -aunque lo pensemos nosotros mismos- sino esa satisfacción intelectual que se instaura en el instante de la creación y que casi no dura nada.
Genera más ansiedad pensar que no va a volver ese milagro en el que lo que se nos presenta desorganizado se organiza que el hecho de no exponer o no publicar. Es más turbadora la sensación de que, tal vez mañana, o pasado mañana, no seamos capaces de crear.
Y, en realidad, la atracción que cobra exponer o publicar es la de ser pretextos, obligaciones autoimpuestas para crear.
Lo ha dicho alguna vez el oráculo, con todo lo negra que es su poesía, que hacerla da placer.
13 de Enero Me cruzo por la calle con un gitano de mi infancia. Le reconozco pese a todo. Mi primer impulso es lanzarle una mirada desafiante. De niños nos atemorizaba, campaba a sus anchas sin respetar la higiene, la disciplina, ni la propiedad privada.
Se le ve que está mal. El rostro hinchado, como aureolado por carne alrededor de su cara de antes. El ceño fruncido y la mirada clavada en un horizonte inexistente. Se nota que se ha estrellado. Vuelve al barrio de su niñez, seguramente su vida, sus treinta y pico años se han consumido sin salir de él. Probablemente llega de un tratamiento con metadona o algo parecido.
A los pocos pasos me doy cuenta de mi brutalidad, querer enfrentarme a un recuerdo, al náufrago de aquella su infancia, posiblemente tan libre porque nadie le quería. En el fondo estos niños tal vez eran héroes que no admitíamos, libres de todo, dados al instinto, abocados a estrellarse en un mundo como este.
12 de Enero Por entretenerme salgo a hacer la compra. Tengo un impulso repentino por cocinar y entro en la verdulería. Yo sé que no encajo ahí, que mi sola presencia, la de un hombre de 36 años entre peras, coles, manzanas, berzas, ciruelas o repollos suena a emergencia doméstica. Pero como hay poca gente tengo el aplomo de esperar a que acaben las señoras, incluso de escuchar como reinciden los ancianos en su petición de naranjas de zumo. Lo fácil para mí sería fantasear con que en realidad esto es un zoco como el de mis viajes. Pero espero y hablo. Pido dos cebollas que no sean muy grandes. Y me sorprendo a mí mismo usando el lenguaje para algo tan nimio, tan insignificante, tan útil, como decir que quiero algo, yo, que siempre he creído que el lenguaje es para hacer arte. Pero la dependienta va y me contesta con que tiene, y va y actúa arrojando a la báscula las dos cebollas. Una simpleza igual, pero me encanta ese intercambio. Escucharme, a mí, a mí mismo, decir algo como que me den dos pimientos verdes y una cabeza de ajos...
11 de Enero Hace tan buen tiempo que se siente una alegría improcedente. Recorro esta minúscula ciudad por las aceras con sol, como una lagartija, como una flor con pies que da vueltas para hacer su fotosíntesis. Como me sobra el tiempo de esta soledad de los días de diario hago todo muy despacio, me enredo en nimiedades, me paro en los escaparates, en los carteles, en las ofertas de la frutería o de la floristería. Rechazo las invitaciones para ir en coche de aquí allá que te hacen los aborígenes como si esto fuese Nueva York. De hecho aparco el mío los lunes y queda fosilizado hasta el viernes en que lo recojo ya como un mineral cubierto por un manto gris de contaminación.
No conozco a casi nadie pero me es tan difícil cruzar esta diminuta ciudad sin tropezar con rostros que ya me suenan...
10 de Enero Les pongo la película de Goldsworthy. Cuando se derrumba la primera escultura que realiza con lajas de pizarra superpuestas algunos sueltan una risa. Al final, al desplomarse una estructura en la que lleva horas trabajando ensamblando ramas de helecho, únicamente se oyen lamentos.
Goldsworthy sólo usa los elementos que encuentra en la naturaleza: hielo, piedras, ramas, hojas..., y sus obras son efímeras. Me dan ganas al verlas de salir al campo y realizarlas, copiarlas, no por el resultado estético sino por la experiencia, es como copiar un cuadro para sentir algo parecido a lo que sintió el artista al realizarlo, como hacía antes la academia. Desde que he empezado a enseñar escultura este año cada vez estoy más cerca de esa idea de copiar que de la de inventar, como si ellos y, sobre todo, yo tuviéramos esa curiosidad experiencial en la repetición. Es la primera vez en mi vida que eso está por encima de la invención.
9 de Enero Mi principal lector, Larsen, recibe con frialdad el nacimiento de este diario. Claro que ya no es el enigmático bohemio revientabibliotecas, paseante y diletante. De la noche a la mañana se ha vuelto marido y padre innúmero. También es cierto que el diario del año pasado era también unas memorias.
8 de Enero Anoche tuve un sueño horroroso. Sobre una cama estaba mi madre acostada boca arriba. Tenía el rostro menguado, unido al cráneo, blanco, cubierto de polvo blanco, un polvo que no entraba dentro de las arrugas. Me acercaba a esa cara y se encogía de dolor. Yo le indicaba que había que avisar al médico y ella contestaba que no serviría de nada y que, además, no era para tanto, pero al poco se volvía a encoger. Tenía un cuerpo muy pequeño, diminuto, envuelto en unas toallas.
Me desperté e intenté despejarme. Horas antes había hablado con ella por teléfono, por primera vez admití que estuviera hablando durante algunos segundos sin que yo entendiera nada, asumiendo que tiene la edad que tiene, sin rebelarme. No es que le falle la cabeza ni mucho menos, podía ser una casualidad sin más pero, al colgar, me di cuenta de mi claudicación y, luego, antes de dormirme creo que recordé que, hace algo más de un año, estuvo ingresada por nada y el médico me indicó que esperase en la puerta. Era para decirme que no había ningún mal, pero el miedo, que nunca se va de mi vida, me hizo pensar lo peor.
Todavía me perturba esa imagen de mi sueño. Creo que el cuerpo tan pequeño puede ser una asociación con el bebé, dos seres a los que amo.
7 de Enero Para una obra que va a comisariar el comisario me pidió una lista de mis diez obras filosóficas favoritas. Este tipo de cosas, de rankings, siempre son molestos pero la verdad es que te ponen frente a una revisión, a una interpretación de uno mismo. Sopesar estas preferencias me hace concluir que mis temas han sido siempre existencia y belleza.
6 de Enero Pasamos la tarde con el comisario y su mujer. Me llama la atención que sigue hablando de las cosas de las exposiciones con la misma intensidad de hace casi 10 años. Creo que es una gran virtud aunque también puede ser una obsesión. Parece que ya todo el mundo se ha dado cuenta de que el ovni es todo él un sinsentido. Me elogian que comparase a su piloto con el Calígula que acabó consultando las cosas de estado a un caballo.
5 de Enero A los pocos días entró él por la puerta, como si tal cosa se colocó frente a su propio rostro agigantado en la pantalla. Medía la proyección más que él y, tal vez por eso, le vi muy pequeño todo el tiempo que anduvo por la exposición.
Como no decía nada al salir le indiqué una pancarta que había en un balcón con su cara, transformada por mí, y le pregunté si le parecía mal que la hubiera usado y se mostró muy interesado en que entendiera yo que no le disgustaba.
Como siempre le hemos tenido por ególatra resulta chocante que no le dé importancia a esto. Un año antes se había mostrado esta obra en Nueva York e igualmente le había parecido lo más normal del mundo.
Pienso en que al final su narcisismo fuera también una farsa, un papel teatral que hacía para infundirnos una somera dignidad.
4 de Enero Cinco minutos antes de la inauguración se desplomó ante mis ojos un monitor estallando en el suelo entre mil chispas. Un poco desorientado no me atrevía a tocar nada. Al final di con el enchufe y lo apagué. Antes de que entrase el primer visitante todo estaba recogido como si no hubiera pasado nada. Sentenció el sputnik una de esas frases que sólo él puede construir: “Estaba claro, esa obra no tenía que estar y no está”. Y la verdad es que entró a última hora.
Una de las cosas más fascinantes que he oído estos últimos meses es su idea de hacer una película. Me la cuenta como proponiéndome que la haga yo pero es sobre su vida. Tiene algo que ver con El retrato de Dorian Grey según él. A través de la idea del espejo y la enfermedad un ser descubre que tiene un alma de la que creía carecer que se va construyendo sola. Y no se sabe por qué este Dorian tiene que reiniciarse cada poco, empezar de cero.
Todo esto me lo expone mientras se reproduce en un bucle continuo en una pantalla enorme la proyección del rostro de mi padre en el que se van borrando sus arrugas, otro Dorian, esta vez mío.
Al salir una señora me persigue afirmando que ella conoce a ese hombre de la proyección, que está segura de, incluso, haber hablado con él. Yo le contesto que es posible, pero dejando entrever que no, pues eso que estaba ahí ya no era mi padre sino, como declamó mi hermana al día siguiente, una máscara de Agamenón.
3 de Enero No sé por qué en la inauguración de mi exposición me mostré tan solícito con todo. Tal vez tenía la idea inconsciente de ser un damnificado y a la vez alguien que debe algo pero no me explico el qué. Seguramente la atención. Aunque claro, la gran mayoría de la gente que acudió a la inauguración iba a un evento. Yo podría haber dicho que invitaba a un vino en tal bar y congregar a casi la misma diminuta multitud. No es lo mismo ya lo sé.
De alguna forma yo quería agradar al sputnik y el sputnik me quería agradar a mí. Yo pensaba que él tenía más interés que yo en todo esto pero, de pronto, paseando como dos peripatéticos por la oscuridad del la sala entre las proyecciones me comentó: “Les expliqué a los del periódico que, aunque ellos ya no hacen reportajes de artistas ni de galerías, que contigo elaborasen algo especial puesto que esta era tu vuelta a la escena”
Con lo cual pasé yo a ser el damnificado y no él, como si hubiera estado enfermo de un sarampión de inactividad artística y ahora tenían que ser buenos conmigo.
2 de Enero La semana pasada me propusieron entrar en el consejo de redacción de una revista. Les comenté a Mao y Blisset que podía proponer sendas aportaciones suyas sobre la herramientas sociales de crítica constructiva en las que están trabajando. Se resistían, no lo veían del todo claro no sé si porque temen ser rechazados, porque se conforman con platicar sobre un hipotético mundo cultural con fantasmáticos integrantes que no existen o simplemente por una pereza productiva. Para animarles les arrojé la idea de que tal vez haya llegado la hora de decir sí. Pero se me olvidó comentarles que, después de cubiertas por ellos esas urgencias políticas, yo me dispondría a escribir un articulillo titulado Ramón (Gómez de la Serna) y la cucamona.
1 de Enero Como no hace mucho frío aunque es navidad ando por casa con las babuchas amarillas de Marrakech. Me acerco al balcón hasta que sus puntas, tan salientes, tocan el marco de la ventana y diviso el edificio de enfrente. Desde que se lo dije a mi caudillo, que es pajarero, vigilo que llegue esa bandada de estorninos que me ha sobrecogido durante dos o más años. Aparecen una tarde, normalmente de domingo, y dibujan manchas agrisadas en el cielo que se diluyen y adensan en una sincronía pavorosa, como de película de miedo. Luego se asientan en la torre que tengo delante durante un par de horas dejándola cubierta de una piel de pájaros negruzcos que se agitan. Parece que hoy tampoco vendrán.
Los que sí vienen son los canallas del mundo, no descansan. Quieren mostrar que su odio a todo es más fuerte que ese sueño infantil en el que fingimos vivir los demás, los mortales. Enciendo el televisor y veo, a bocajarro, los instantes últimos de Sadam. Dos segundos más tarde es ahorcado. Me da la sensación de que había en su presencia final algo de nobleza, no sé..., algo de valor aunque suene raro. Ya sé que señalan que fue un criminal, un monstruo, pero esa exactitud de la muerte, esa serenidad, me dejan un poso extraño y un malestar. Por explicármelo un poco a mí mismo dejo caer el tema en la mesa de nochevieja y dos de mis hermanas se abalanzan para afirmar que no les da ninguna pena la muerte del dictador. Yo afirmo que no es que me entristeciera su fin sino que me disgusta ver eso y que creo que las gentes vulgares no estamos preparadas para entender la historia tan de cerca. Recogiendo en la cocina me acerco a otra de ellas y le digo que es la única que queda ya un poco progresista. En eso me sorprende la más virulenta de antes increpándome: “Todas esas cosas que argumentáis vosotros me las sé de pe a pa, pero ya las he superado, tú no me vengas con esas, todo en ti es pose...” Alicaído por el rapapolvo al volver a casa le digo a ella: “Creo que lo que me pasa es que la pena de muerte no me gusta y que me he dado cuenta plena de ello con esto de Sadam, lo mismo que me di cuenta de que no soy tan partidario del aborto como creía desde que vi latir por vez primera el corazoncito de Darío a los pocos días de ser engendrado”.